domingo, 10 de febrero de 2008

La Ruta del Volcán

Las ansiadas vacaciones… pensar que uno está todo el año deseando estas tres semanitas, planificando paso a paso dónde ir, cuánto tiempo estar y qué cosas hacer. Gracias a Dios, Pedro y yo hemos superado esos dilemas existenciales y nuestro destino, por tercer año consecutivo, es continuar el turismo aventura en Pucón y sus alrededores. Y cómo no, si Pucón ofrece todo lo que un turista puede desear: arena y sol en la playa junto al lago; una variadísima oferta gastronómica que queda en evidencia con solo una pasada por calle Fresia; relajo al 100% en los centros termales de la zona, vida nocturna para los parranderos y deportes extremos para los más atléticos.

Nosotros hemos sido parte de todo eso. Hemos visitado las termas de día y de noche; nos tiramos de guata al sol tanto a orillas del Villarrica como del tranquilo lago Caburgua; hemos disfrutado de las parrilladas para dos (pero comen tres) y el año pasado fuimos al Parque Nacional Huerquehue y subimos a los tres lagos. Sin embargo, había una promoción de las agencias turísticas que todos los años me hacía el ojo: “Climbing Volcano”, ascenso al volcán. En febrero pasado, Pedro y yo nos propusimos que nuestras siguientes vacaciones incluirían dicho tour, y que subiríamos al dichoso volcán aunque eso nos significara vivir a pan y agua los días restantes (ya que la cosa sale carita, oiga) y así lo hicimos. Llegamos a Pucón el domingo y ya el lunes empezamos a cotizar las distintas agencias que ofrecen la expedición a la cumbre. Finalmente, nos decidimos por OCHO CHILE y emprendimos viaje el jueves en la mañanita.

A fin de explicar la aventura paso a paso, empezaré por el principio, obvio. El ascenso cuesta 35 mil pesos por persona (en otras agencias incluso más) e incluye una mochila de campaña con toda la ropa de nieve (pantalón, casaca, guantes, zapatos de nieve y polainas) más los crampones (que nunca los vi porque no los usamos, pero estaban dentro de la mochila y supuestamente se les ponen a los zapatos cuando hay demasiada nieve), el casco y el piolet, una especie de picotita que hace las veces de bastón cuando uno va subiendo la montaña, y de salvavidas si alguien se manda cerro abajo, lo que gracias a Dios no suele pasar. Las 35 lucas también incluyen un seguro que cubre algún posible accidente que uno pudiera tener durante el viaje. El usuario además debe llevar cocaví liviano (sanguchito, frutas y chocolate, para agarrar energías), dos litros de agua, bloqueador solar y gafas. Una vez en el volcán, la ruta que se sigue es la siguiente:















Nos juntamos ese día a las 7 am en la agencia (ya levantarme a esas horas significó un sacrificio, imagínense lo demás) y éramos seis valientes: una española, tres franceses, Pedrito y yo. Nos pusieron los zapatos de nieve y las polainas, y partimos en la van rumbo a las faldas del volcán Villarrica. La entrada es por el Parque Nacional Villarrica, y una vez allá el guía decide si subir o no, ya que las condiciones climáticas en las faldas no siempre son las mismas de Pucón. Ese día estaba nublado en la ciudad, pero había un sol precioso en el volcán, mira tú. Aquí estoy yo recién llegada y enfrentándome al humeante cráter.
























Desde ahí se sube algo así como una media cuadra hasta el sector donde están los andariveles, que son opcionales. En caso de tomar la telesilla (que cuesta 5 lucas más por persona) se ahorra una hora de subida, ya que el terreno es arenoso y uno se va enterrando en él, así que es doblemente pesado. Igual no faltan los masocas que prefieren hacer el trayecto a pie (como los franceses, que se fueron a pata con el asistente de guía) pero Pedrito, la española y yo pagamos el andarivel y nos saltamos una hora de tormentos. Aquí la parejita antes de que nos subiéramos al andarivel.



















Esta es la vista desde la telesilla. No se ve un alma y a decir verdad, da un poquito de julepe: colgando en el vacío, agarrándose del fierro de la silla y enfrentándose al volcán: ¿y esa cosa vamos a subir nosotros? Ay Señor…


















Pedrito recién bajado del andarivel. Aquí son las 8:45 am y estamos ya a 1.800 metros de altura. Nótese que de fondo se ven las nubes, por debajo de nosotros. El volcán tiene 2.840 metros, o sea que aún nos esperan otros mil que subiremos a pie.


















Así se ve el mundo desde el sector denominado la Capilla (mire el mapa de arriba) cuando hemos subido apenas 100 metros desde que nos bajamos del andarivel y yo ya voy arrastrando los pies. Pero la vista es magnífica, pese a que aún nos faltan 300 metros para nuestra primera parada.


















Llevamos ya una hora de camino y hemos alcanzado los 400 metros, nuestra primera parada oficial. Aquí nos detenemos a tomar agua y devorar parte de nuestro cocaví, aunque yo sólo me comí el chocolate. Aunque parezca increíble, como a los 5 minutos de habernos instalado aquí para comer y descansar, nos alcanzaron los franceses que prefirieron hacer todo el camino a pie. Según el guía que iba con ellos, los tipos tenían un ritmo envidiable. Llegaron frescos como lechuga, y miren mi foto: yo ya estaba raja. Atrás mío, la española tomando fotos.


















Hemos retomado la marcha y los franceses se fueron adelante con Pablo, el asistente de guía. Nosotros seguimos con Gustavo, el guía oficial, quien ha dicho que nos detendremos en la Colada (mire el mapa de arriba), allá donde termina la nieve y podremos comer y tomar agua de nuevo.


















Sin embargo, esta humilde servidora se cansó a más no poder. Me transpiraba todo, me pesaba todo y caminaba con la lengua afuera. Gustavo se apiadó de mí y dijo que como íbamos bien en la hora, podríamos hacer una parada justo en la mitad, para que yo tomara fuerzas y pudiera seguir rumbo a la Colada en condiciones aceptables. Mientras estábamos sentados en la nieve, tomamos esta foto de la expedición que venía detrás de nosotros.


















De ahí en adelante, para mí todo fue cuesta arriba (literalmente). La montaña se puso empinadísima, y había que caminar pisando justo en la huella que dejaba el guía, so peligro de mandarse cerro abajo. Llegué apenas a la Colada, y Gustavo dijo que dejara mi mochila allí y siguiera subiendo al cráter sólo con el piolet (tan cagada estaría, imagínense lo que lesié para tirarme de la muralla de la vecina, esto fue para mí casi una prueba de vida…) En la Colada se termina la nieve y de ahí es pura roca, pero vale la pena: 20 minutos después, estábamos Pedro y yo en la cima, junto al cráter, exhaustos pero felices de haberlo logrado. Son las 12:30, medio día en el volcán.


















Después de reponerse con el agua y la comida, vino la sesión de fotos. Aquí el grupo completo: Gustavo (el guía), Magda, Pedro, Gema (la española), Pablo (el asistente de guía) y los tres franceses.


















Pedrito feliz. A él también le costó, claro que no tanto como a mí.


















Una vez que nos repusimos del cansancio, empezamos a recorrer el cráter. Aquí estoy yo caminando por el borde: si me caigo hacia la izquierda, me voy cerro abajo, si me caigo hacia la derecha, me caigo dentro del cráter. Mejor no me caigo.

















Hemos llegado al punto que está frente al lugar por donde llegamos. La gente que se ve chiquitita son los miembros de las otras expediciones (ya he dicho que muchas agencias ofrecen el servicio) y nos acercamos a mirar de cerca el cráter.


















Uhhhhhhhhh, el cráter mismo emanando gases mortíferos, venenosos… ese es el “humo” que se observa desde Pucón. Lamentablemente no vimos lava, porque en ese momento no había tanta actividad.


















Magda al ladito del crateroso cráter volcánico del volcán.


















Aquí mi morenito y yo. Cansados, sudorosos, pero más felices que las perdices. A mí me costó más que la mierda, sobre todo los últimos 20 minutos, que eran pura roca, pero ¿y? aquí estamos, con el cielo detrás.


















Magda conquistando la cima.





















Pedro por sobre las nubes.


















Si hay algo que a Pedro lo inquietó durante todo el viaje, no fueron las penurias de subir caminando en la nieve, ni el peso de la mochila, ni siquiera lo empinado de la montaña. Lo que preocupaba mi novio era la bajada. Es así como habrá dicho unas cinco veces “¿cómo vamos a bajar esta weá?” (sic). Bueno, la bajada es la siguiente: se pone uno la ropa de nieve y se lanza de poto por estos caminitos, especie de toboganes naturales que, debido a que todos los días sube tanta gente, están ya demarcados en la nieve.























Aquí voy yo bajando de poto por un tobogán. Al lado mío está Pablo, custodiando mi bajada. En honor a la verdad, he de decir que aunque la bajada es mucho más simple que la subida, y aunque tiene algunos puntos donde se agarra tal velocidad, que Fantasilandia es un moco al lado del volcán, igual me costó la cuestión. Tanto porque más de alguna vez me caí al suelo, como porque otras veces no era capaz de darme impulso y me quedaba como varada en la nieve sin poder bajar. Me pesaba el poto parece…


















Esta foto la tomó Pedro mientras se preparaba para bajar. Fíjense lo empinado de la montaña, el tipo que está abajo parece estar colgando, y es que la pendiente es tal, que la mejor manera de bajar seguros es nunca soltar el piolet y seguir por los senderos ya demarcados. Pero a mí igual me pasó una talla: en una de esas venía bajando y se me cayó el piolet, no podía frenar y me acercaba peligrosamente a un montón de rocas y después, al vacío. Pablo, que venía esquiando al lado mío (por lo visto, detectaron que yo era el cuello de botella y decidieron no dejarme sola), se interpuso entre las rocas y yo y logró detenerme para luego penquiarme por soltar la picotita… te juro que no fue intencional!!


















Cuando se acaba la nieve, hay que seguir a pie por la ruta arenosa que los franceses hicieron a pata en la subida. Acá no se toma telesilla, porque la bajada siempre es más fácil. Aquí Pedrito ya casi llegando a donde nos espera la van.






























Magda al final del trayecto. Toy raja, cansadísima, feliz de haberlo logrado pero segura de no hacerlo nunca más, porque con una vez basta y sobra. Pero pucha que valió la pena, la mayor aventura de mi vida, sin lugar a dudas.




















La recompensa. El team chileno-europeo disfrutando una rica chela en el restaurante de OCHO CHILE, gentileza de la agencia. ¡Salud!











PD: no podía dejar de lado el típico bonus track...un videíto de cuando estamos recién llegados a la cima, donde tengo una voz de moribunda...Adiós!


sábado, 5 de enero de 2008

Soy la antítesis de Indiana Jones

San Carlos. Seis de enero de 2008. Pucha como pasa el tiempo… si parece que fue ayer que estaba actualizando este blog con mi viaje a Valparaíso… En fin, espero ser más constante este nuevo año que se inicia. Estoy bien, estoy tranquila, pero el viernes por primera vez en mi vida deseé ser otra persona, tener otras cualidades físicas, específicamente capacidades atléticas, tipo Pelotón, programa al cual jamás podría haber ingresado producto de mi nula agilidad.

Cuando veo las películas de James Bond, o cualquiera donde el protagonista salte del tercer piso para aterrizar sobre un camión, quede colgando de un balcón a 30 metros de altura o cruce corriendo la calle mientras le disparan, salvando ileso, siempre he creído que en caso de necesidad, uno haría lo mismo. Que el cuerpo es capaz de sacar fuerzas de flaqueza de donde sea para superar las dificultades. ¿Pero sabe qué? No es ná’ así, oiga. El viernes estuve a punto de sacarme la chucha saltando de una pared de no más de dos metros, pero que a mí me pareció un abismo.


Resulta que en Concepción vivo en una linda villa, en una especie de cabaña que le arriendo a unos amigos que viven en la casa principal, delante de la mía, que está al fondo del patio. Tengo tres llaves: una es de la reja a la entrada, otra es de la puerta lateral para ingresar al patio, y la tercera es de mi casa. Pero resulta que la chapa de la puerta de calle hace tiempo que estaba dando problemas, de esos típicos donde hay que levantar la puerta para que le haga la llave. Pero sucedió lo inevitable: el viernes llegué muy campante para arreglar mis pilchas e irme a San Carlos, y la cagá de puerta no se abrió. La llave daba vueltas en la chapa como si estuviera rodada, en la casa principal no había nadie y en el celular no me quedaban más de tres minutos de conversación. En vano, esperé que pasara algún caballero que me ayudara con esto de la puerta pensando que mis débiles bíceps eran los culpables de que no se abriera, pero cuando ya habían pasado 15 minutos y yo seguía en la calle, me empecé a urgir.


Llamé al dueño de casa, pero lamentablemente estaba en Santiago y no me alcanzó a dar luces sobre qué hacer ya que se me cortó la llamada porque se me acabó el $, y ya antes había solicitado el “presta luka”. Como última alternativa, fui a la casa del lado con mi mejor cara, y cuando la vecina se asomó, le expliqué que yo era la persona que vivía en la casita de atrás y que no podía entrar. Ella, sin haberme visto jamás en la vida, fue muy amable y me prestó una silla para que me subiera a la reja que separa el inicio de las dos casas y me pasara para el otro lado. La reja es de esas de fierro con barrotes terminados en punta, y aunque empecé bien (fui capaz de subir la pierna y pasarla para el otro lado) me implicaba quedar literalmente “montada” en la reja, mientras la vecina pasaba la silla para el otro lado. “Esto es casi una autoviolación” me dije, y desistí. Pusimos la silla más allá, al lado de la pared, y ahí mejoró la cosa: una vez arriba me senté en el borde y la vecina pasó la silla para el otro lado, así que fue relativamente sencillo. Relativamente, porque cuando estaba arriba me dio pánico caerme, aún cuando sabía que la caída no iba a ser de más de un metro (ya que mis piernas son largas) pero yo miraba hacia abajo y encontraba que la cosa era más alta de lo que uno la ve estando en la comodidad de tierra firme.


Para poder irme con mi maleta y mi notebook, fue la misma historia. Le hice empeño de nuevo a la puerta tratando de abrirla, esta vez desde adentro, pero no tuve éxito. Así que recurrí nuevamente a la vecina para tirarme a su patio y salir por la puerta de su casa. A estas alturas debo decir que esta vecina tiene un abominable perro rottweiler, el que gracias a Dios estaba amarrado en el patio de atrás, así que no se enteró de mí. Esta vez me subí al quincho de cemento que está al lado de la muralla y le pasé a la señora mis bultos, esperando que trajera la silla para tirarme al otro lado. Pero ella (seguramente chata de mí) me instó a lanzarme así no más, en caída libre, si total “está bajito aquí”. Dios santo… la verdad, yo nunca me he creído Gia y Joe, es más, soy lo menos ágil que hay, de esas que se eximen de hacer la posición invertida en Educación Física, la última en bajar el cerro y casi siempre de poto, la que inevitablemente se cae cuando cruza un río pisando las piedras que están al medio.


En fin, me tiré no más, como quien se tira un piquero de pie desde la punta de la montaña sobre el río. Y claro, no me pasó nada, no me quebré una pierna, pero mi poca coordinación hizo que no me separase lo suficiente de la pared y que cuando caí mi antebrazo se raspara por completo con el cemento de la muralla. “¿Tay bien?” me dijo la vecina, “Sí”, dije yo, sin mucha convicción, viendo mi brazo rasmillado y rojo desde la muñeca al codo. Así me fui al terminal de Collao, llenísimo por ser día viernes, y ya habiendo perdido el veintiúnico bus que sale directo a Sancarlitos. Lo que son las cosas, estos tipos de Línea Azul son unos sinvergüenzas, hice una fila kilométrica y cuando llegué a la ventanilla y pedí un pasaje para Chillán, el tipo me dijo “Mil quinientos”. “Estudiante”, le dije yo, y él me respondió “Mil quinientos”, con la emoción de un robot. “¿¿Mil quinientos estudiante??”, le repliqué “No tenemos tarifa de estudiante”, dijo, sin cambiar la cara y con el mismo tono de la niñita que salía en la serie La pequeña Maravilla. Miré a sus espaldas y decía Chillán-estudiantes $1300. “¿Oiga y ese letrero?” “No corre los días viernes”, respondió. “Ah… ¿pero en la semana no cobran luca?” “Tengo el asiento 24”, me dijo cortándome en seco, y como todavía me dolía la peladura del brazo, comprendí que mejor no seguía conversando con el hombre-robot y pagué la luca y media no más, pensando que más encima el pasaje de Chillán-San Carlos subió a siete gambas. Todo por culpa de la maldita chapa…

Hasta siempre, 2007

Se fueeeeeeeee, se fue el 2007, se fue… “¡Que se vaya!” me decía Pedro, conciente de lo bueno que se viene el 2008 para los dos. Si poh, se pasó Navidad y Año Nuevo, y el 8 desarmaré mi arbolito y toda la decoración navideña que hay en mi casa, tanto en la de San Carlos como la de Concepción. Este año el árbol quedó más lindo que nunca, ya que me volví loca comprando cosas en la calle Meigss de Estación Central, donde las luces y las esferas estaban a precio de huevo. Será hasta el próximo año no más…

Aquí los abuelos ayudándome en la decoración de las galletas navideñas…




































La primera “horneada”. Jajaja, algunos parecen alienígenas con esos ojos de perlas blancas…igual quedaron bonitas, pero medias duronas, y eso que seguí la receta al pie de la letra…





















La noche de navidad, mi familia completa. El tata, mi mamá (abuela) y yo, pero faltan los gatos. Al lado mi bello arbolito.





















Los abuelos abriendo sus regalos, emocionados. Jojojo, feliz navidad…


















Al otro día (el 25) Pedrito vino a almorzar a mi casa e intercambiamos botitas. La mía estaba llena de chocolates (como si no me bastara con los kilos demás que aún tengo desde Alemania, y mi negro me mima con este tipo de obsequios…)
























Será hasta diciembre de 2008. feliz año para todos mis amigos. Tschüss!!




sábado, 10 de noviembre de 2007

La magia del puerto

“Eres un arco iris…de múltiples colores…tú, Valparaíso, pueeerto de mi amorrr…”, reza la conocida canción en honor a Valparaíso. Es bonito Valpo. Había ido antes, pero esta vez aproveché el fin de semana para ir con Pedro, mi novio, y hacer una serie de cosas que antes no habíamos hecho. Fuimos, por ejemplo, al Cerro Concepción, donde se supone que está toda la movida top, los mejores restaurantes y los hostales de moda. Esto último es cierto, íbamos con una dirección que sacamos de Internet (atención personalizada, ambiente hogareño, cupos limitados) y nos encontramos con que estaba todo lleno. Preguntamos por lo menos en 10, y todos estaban copados. Ese día era sábado y no era fin de semana largo, ni nada. ¿Qué pasaba? Que resulta que todos esos hostales en realidad eran antiguas casonas, acondicionadas para convertirse en hospedaje de lujo para sus visitantes, la gran mayoría extranjeros atraídos por la fama del puerto. Nos enteramos que, como no tienen más de cuatro o cinco habitaciones cada uno, la reserva hay que hacerla con dos semanas de anticipación, y aprontarse a los precios que no son muy económicos.

Por ejemplo, preguntamos en un hotel literalmente en la punta del cerro, vista al puerto, mirador etc. La habitación matrimonial valía ¡82 lucas! Con derecho a desayuno y a sábanas de oro, me imagino, si no no se explica que te saquen un ojo de la cara y la mitad del otro. Al final, optamos por alojarnos “abajo”, en la ciudad, y despedirnos del cerro carero. Quiero pensar que tanto gringo ha hecho subir los precios.


También fuimos a conocer la casa de Neruda, “La Seba
stiana”, que está en otro cerro. Ya conocíamos “La Chascona”, en Santiago, así que decidimos continuar la ruta Neruda, ya nos falta sólo Isla Negra. La casa sigue la onda del poeta, harta botella, harto detalle. Una de las cosas que más me gustó fue la pintura de una reina inglesa, usando esa especie de tutú al cuello, esa cosa repolluda que le llaman “cuello gola”. Al frente había un caballero que también usa gola, y según el folleto informativo, Neruda lo compró “para que la reina no se sintiera tan sola…”, jajaja.

El viaje terminó con un paseo a Viña, donde nos tend
imos frente a la playa y hasta metimos las patitas al mar. También es super lindo Viña, pero es una onda completamente distinta. Es como una especie de Pucón, pero al norte. Topísimo. Valpo es bohemio, Viña es top. Lo bueno es que están cerquita, Valparaíso con sus locales nocturnos, Viña con toda la parafernalia del casino y los restaurantes elegantes. Les dejo fotos de nuestro viaje.

Una foto a la orilla del camino, en la carretera, antes de pasar el túnel. A la niña le dio con que las flores amarillas se veían tan lindas…



















Mi novio con su polera de Pamplona, la que le traje de España cuando fui a la fiesta de San Fermín. Está wena, ah?


























Magda en una escalera típica del puerto, pleno cerro Concepción.



















Pucha que estás lindo, Pedro, en esta foto pareces todo un chico modelo de Ralph Lauren…


























Magda arrancando de la ola. De fondo, el muelle Vergara.



















Aquí está Pedro arremangándose los pantalones para meterse a las aguas de Viña del Mar. La polera que está usando dice “Uni-Kassel”, y que obviamente se la traje de Kassel, recuerdo de la Universidad. Te aperaste, negro, jajaja…

























Los tortolitos disfrutando del arena blanca de Viña. ¿Cierto que nos vemos lindos?




miércoles, 24 de octubre de 2007

CUMPLEAÑOS FELIZ...TE DESEAMOS A TIIIIII...

Estoy igual que siempre, salgo de una para meterme a otra. Cuando al fin terminé el trabajo del magíster, empecé con LA DISCUSIÓN de Chillán. Estoy leyendo diarios como loca para el especial de fin de año, así que para variar, estoy corta de tiempo. Eso sin contar que estoy empezando mi tesis, así que el blog ha pasado a quinto lugar.

Como sea, quiero subir aquí algunas instantáneas del cumpleaños de mi papá, que celebró el jueves pasado su cumpleaños número 46 (faltan algunas zotas...) Disfruten y prometo más post la semana próxima.

FELIZ CUMPLEAÑOS, PAPYYYYYYYYYY

Aquí el grupo familiar que celebró a mi papá: Dante, el cumpleañero, don Enrique, la Marlene y yo. Abajo, la Lorena, mi prima.




















Aquí los mismos en la mesa cumpleañera




















Al rato después, en el Tijuana, cuando cantamos el cumpleaños feliz...


miércoles, 10 de octubre de 2007

Desde Chile para el mundo

Alemania se terminó, sí, pero la vida continúa. A pesar de que extraño el calor del verano y los tranvías de Kassel, de a poco he ido reencantándome con mis amores de siempre: San Carlos, Concepción, la Universidad. Y lo que es más importante, con mis amores personales: novio, familia, amigos. Estoy en un proceso de re-enamoramiento. Sin embargo, la veta literaria parece que se me quedó en Europa, porque me siento frente al computador y no tengo qué escribir.

¿Será que mi país no me produce nada?

Qué brígido, jamás pensé que diría algo así. Pero la verdad, nada de lo que aquí pasa me inspira ni la más mínima línea de un post, pasé del asombro máximo a la apatía más completa. Ni ganas de ver las noticias me dan, cosa fundamental para una periodista como yo; me paseo entre las series de Fox ignorando por completo la televisión local. En todo caso, esta incapacidad endógena para escribir no es un efecto post Alemania ni nada que se le parezca; hasta antes de viajar a las tierras de la cerveza, la idea de tener un blog me parecía tan lejana como innecesaria. “¿Y de qué voy a escribir?”, le respondía a Manuel Narváez cada vez que me refregaba en la cara su cuento de los diarios en Internet; tenía la impresión de que mi blog se convertiría en otro más de esos incontables sitios más fomes que chupar un clavo, donde se postean entre ellos y cuentan cosas tan cotidianas como “hoy me compré botas nuevas”. No era mi norte.

Por eso, esto de no tener tema para la web es cuento viejo, lo que pasa es que la novedad de estar por primera vez en el extranjero me despertó la capacidad de asombro que tenía dormida. En el otro blog dije que seguiría escribiendo, que no lo dejaría morir, pero hoy, después de un mes y medio de abandonar Frankfurt, me doy cuenta de que seguir escribiendo en mi “Chilensis in Deutschland” estando fuera de Deutschland, es una falta de tino tremenda, casi una profanación. Dediqué tantas horas de trabajo a ese blog, tantas fotos lindas de lugares soñados, que combinarlo con la cotidianeidad penquista me parece un error. Es por eso que prefiero crear un “Chilensis in Chile”, para continuar con mis eternos relatos. El problema es que no sé si podré nutrir a éste como alimentaba al otro; temo que lo ataque la desnutrición producto de mi carencia de aventuras.

Lo otro es que en este preciso instante, estoy amarrada a un trabajo del magíster que debería haber terminado en julio, pero que se postergó debido a que me encontraba fuera de Chile. Hacerlo ahora me ha significado un sacrificio tremendo, un tormento chino, así que cuando lo termine, espero tener más tiempo para contar aquí cosas entretenidas. Por ahora, éste es el inicio de mi nuevo blog, que espero tenga tanto éxito como el anterior, el hermano grande, “el alemán”. Tschüss!