sábado, 5 de enero de 2008

Soy la antítesis de Indiana Jones

San Carlos. Seis de enero de 2008. Pucha como pasa el tiempo… si parece que fue ayer que estaba actualizando este blog con mi viaje a Valparaíso… En fin, espero ser más constante este nuevo año que se inicia. Estoy bien, estoy tranquila, pero el viernes por primera vez en mi vida deseé ser otra persona, tener otras cualidades físicas, específicamente capacidades atléticas, tipo Pelotón, programa al cual jamás podría haber ingresado producto de mi nula agilidad.

Cuando veo las películas de James Bond, o cualquiera donde el protagonista salte del tercer piso para aterrizar sobre un camión, quede colgando de un balcón a 30 metros de altura o cruce corriendo la calle mientras le disparan, salvando ileso, siempre he creído que en caso de necesidad, uno haría lo mismo. Que el cuerpo es capaz de sacar fuerzas de flaqueza de donde sea para superar las dificultades. ¿Pero sabe qué? No es ná’ así, oiga. El viernes estuve a punto de sacarme la chucha saltando de una pared de no más de dos metros, pero que a mí me pareció un abismo.


Resulta que en Concepción vivo en una linda villa, en una especie de cabaña que le arriendo a unos amigos que viven en la casa principal, delante de la mía, que está al fondo del patio. Tengo tres llaves: una es de la reja a la entrada, otra es de la puerta lateral para ingresar al patio, y la tercera es de mi casa. Pero resulta que la chapa de la puerta de calle hace tiempo que estaba dando problemas, de esos típicos donde hay que levantar la puerta para que le haga la llave. Pero sucedió lo inevitable: el viernes llegué muy campante para arreglar mis pilchas e irme a San Carlos, y la cagá de puerta no se abrió. La llave daba vueltas en la chapa como si estuviera rodada, en la casa principal no había nadie y en el celular no me quedaban más de tres minutos de conversación. En vano, esperé que pasara algún caballero que me ayudara con esto de la puerta pensando que mis débiles bíceps eran los culpables de que no se abriera, pero cuando ya habían pasado 15 minutos y yo seguía en la calle, me empecé a urgir.


Llamé al dueño de casa, pero lamentablemente estaba en Santiago y no me alcanzó a dar luces sobre qué hacer ya que se me cortó la llamada porque se me acabó el $, y ya antes había solicitado el “presta luka”. Como última alternativa, fui a la casa del lado con mi mejor cara, y cuando la vecina se asomó, le expliqué que yo era la persona que vivía en la casita de atrás y que no podía entrar. Ella, sin haberme visto jamás en la vida, fue muy amable y me prestó una silla para que me subiera a la reja que separa el inicio de las dos casas y me pasara para el otro lado. La reja es de esas de fierro con barrotes terminados en punta, y aunque empecé bien (fui capaz de subir la pierna y pasarla para el otro lado) me implicaba quedar literalmente “montada” en la reja, mientras la vecina pasaba la silla para el otro lado. “Esto es casi una autoviolación” me dije, y desistí. Pusimos la silla más allá, al lado de la pared, y ahí mejoró la cosa: una vez arriba me senté en el borde y la vecina pasó la silla para el otro lado, así que fue relativamente sencillo. Relativamente, porque cuando estaba arriba me dio pánico caerme, aún cuando sabía que la caída no iba a ser de más de un metro (ya que mis piernas son largas) pero yo miraba hacia abajo y encontraba que la cosa era más alta de lo que uno la ve estando en la comodidad de tierra firme.


Para poder irme con mi maleta y mi notebook, fue la misma historia. Le hice empeño de nuevo a la puerta tratando de abrirla, esta vez desde adentro, pero no tuve éxito. Así que recurrí nuevamente a la vecina para tirarme a su patio y salir por la puerta de su casa. A estas alturas debo decir que esta vecina tiene un abominable perro rottweiler, el que gracias a Dios estaba amarrado en el patio de atrás, así que no se enteró de mí. Esta vez me subí al quincho de cemento que está al lado de la muralla y le pasé a la señora mis bultos, esperando que trajera la silla para tirarme al otro lado. Pero ella (seguramente chata de mí) me instó a lanzarme así no más, en caída libre, si total “está bajito aquí”. Dios santo… la verdad, yo nunca me he creído Gia y Joe, es más, soy lo menos ágil que hay, de esas que se eximen de hacer la posición invertida en Educación Física, la última en bajar el cerro y casi siempre de poto, la que inevitablemente se cae cuando cruza un río pisando las piedras que están al medio.


En fin, me tiré no más, como quien se tira un piquero de pie desde la punta de la montaña sobre el río. Y claro, no me pasó nada, no me quebré una pierna, pero mi poca coordinación hizo que no me separase lo suficiente de la pared y que cuando caí mi antebrazo se raspara por completo con el cemento de la muralla. “¿Tay bien?” me dijo la vecina, “Sí”, dije yo, sin mucha convicción, viendo mi brazo rasmillado y rojo desde la muñeca al codo. Así me fui al terminal de Collao, llenísimo por ser día viernes, y ya habiendo perdido el veintiúnico bus que sale directo a Sancarlitos. Lo que son las cosas, estos tipos de Línea Azul son unos sinvergüenzas, hice una fila kilométrica y cuando llegué a la ventanilla y pedí un pasaje para Chillán, el tipo me dijo “Mil quinientos”. “Estudiante”, le dije yo, y él me respondió “Mil quinientos”, con la emoción de un robot. “¿¿Mil quinientos estudiante??”, le repliqué “No tenemos tarifa de estudiante”, dijo, sin cambiar la cara y con el mismo tono de la niñita que salía en la serie La pequeña Maravilla. Miré a sus espaldas y decía Chillán-estudiantes $1300. “¿Oiga y ese letrero?” “No corre los días viernes”, respondió. “Ah… ¿pero en la semana no cobran luca?” “Tengo el asiento 24”, me dijo cortándome en seco, y como todavía me dolía la peladura del brazo, comprendí que mejor no seguía conversando con el hombre-robot y pagué la luca y media no más, pensando que más encima el pasaje de Chillán-San Carlos subió a siete gambas. Todo por culpa de la maldita chapa…

Hasta siempre, 2007

Se fueeeeeeeee, se fue el 2007, se fue… “¡Que se vaya!” me decía Pedro, conciente de lo bueno que se viene el 2008 para los dos. Si poh, se pasó Navidad y Año Nuevo, y el 8 desarmaré mi arbolito y toda la decoración navideña que hay en mi casa, tanto en la de San Carlos como la de Concepción. Este año el árbol quedó más lindo que nunca, ya que me volví loca comprando cosas en la calle Meigss de Estación Central, donde las luces y las esferas estaban a precio de huevo. Será hasta el próximo año no más…

Aquí los abuelos ayudándome en la decoración de las galletas navideñas…




































La primera “horneada”. Jajaja, algunos parecen alienígenas con esos ojos de perlas blancas…igual quedaron bonitas, pero medias duronas, y eso que seguí la receta al pie de la letra…





















La noche de navidad, mi familia completa. El tata, mi mamá (abuela) y yo, pero faltan los gatos. Al lado mi bello arbolito.





















Los abuelos abriendo sus regalos, emocionados. Jojojo, feliz navidad…


















Al otro día (el 25) Pedrito vino a almorzar a mi casa e intercambiamos botitas. La mía estaba llena de chocolates (como si no me bastara con los kilos demás que aún tengo desde Alemania, y mi negro me mima con este tipo de obsequios…)
























Será hasta diciembre de 2008. feliz año para todos mis amigos. Tschüss!!