domingo, 10 de febrero de 2008

La Ruta del Volcán

Las ansiadas vacaciones… pensar que uno está todo el año deseando estas tres semanitas, planificando paso a paso dónde ir, cuánto tiempo estar y qué cosas hacer. Gracias a Dios, Pedro y yo hemos superado esos dilemas existenciales y nuestro destino, por tercer año consecutivo, es continuar el turismo aventura en Pucón y sus alrededores. Y cómo no, si Pucón ofrece todo lo que un turista puede desear: arena y sol en la playa junto al lago; una variadísima oferta gastronómica que queda en evidencia con solo una pasada por calle Fresia; relajo al 100% en los centros termales de la zona, vida nocturna para los parranderos y deportes extremos para los más atléticos.

Nosotros hemos sido parte de todo eso. Hemos visitado las termas de día y de noche; nos tiramos de guata al sol tanto a orillas del Villarrica como del tranquilo lago Caburgua; hemos disfrutado de las parrilladas para dos (pero comen tres) y el año pasado fuimos al Parque Nacional Huerquehue y subimos a los tres lagos. Sin embargo, había una promoción de las agencias turísticas que todos los años me hacía el ojo: “Climbing Volcano”, ascenso al volcán. En febrero pasado, Pedro y yo nos propusimos que nuestras siguientes vacaciones incluirían dicho tour, y que subiríamos al dichoso volcán aunque eso nos significara vivir a pan y agua los días restantes (ya que la cosa sale carita, oiga) y así lo hicimos. Llegamos a Pucón el domingo y ya el lunes empezamos a cotizar las distintas agencias que ofrecen la expedición a la cumbre. Finalmente, nos decidimos por OCHO CHILE y emprendimos viaje el jueves en la mañanita.

A fin de explicar la aventura paso a paso, empezaré por el principio, obvio. El ascenso cuesta 35 mil pesos por persona (en otras agencias incluso más) e incluye una mochila de campaña con toda la ropa de nieve (pantalón, casaca, guantes, zapatos de nieve y polainas) más los crampones (que nunca los vi porque no los usamos, pero estaban dentro de la mochila y supuestamente se les ponen a los zapatos cuando hay demasiada nieve), el casco y el piolet, una especie de picotita que hace las veces de bastón cuando uno va subiendo la montaña, y de salvavidas si alguien se manda cerro abajo, lo que gracias a Dios no suele pasar. Las 35 lucas también incluyen un seguro que cubre algún posible accidente que uno pudiera tener durante el viaje. El usuario además debe llevar cocaví liviano (sanguchito, frutas y chocolate, para agarrar energías), dos litros de agua, bloqueador solar y gafas. Una vez en el volcán, la ruta que se sigue es la siguiente:















Nos juntamos ese día a las 7 am en la agencia (ya levantarme a esas horas significó un sacrificio, imagínense lo demás) y éramos seis valientes: una española, tres franceses, Pedrito y yo. Nos pusieron los zapatos de nieve y las polainas, y partimos en la van rumbo a las faldas del volcán Villarrica. La entrada es por el Parque Nacional Villarrica, y una vez allá el guía decide si subir o no, ya que las condiciones climáticas en las faldas no siempre son las mismas de Pucón. Ese día estaba nublado en la ciudad, pero había un sol precioso en el volcán, mira tú. Aquí estoy yo recién llegada y enfrentándome al humeante cráter.
























Desde ahí se sube algo así como una media cuadra hasta el sector donde están los andariveles, que son opcionales. En caso de tomar la telesilla (que cuesta 5 lucas más por persona) se ahorra una hora de subida, ya que el terreno es arenoso y uno se va enterrando en él, así que es doblemente pesado. Igual no faltan los masocas que prefieren hacer el trayecto a pie (como los franceses, que se fueron a pata con el asistente de guía) pero Pedrito, la española y yo pagamos el andarivel y nos saltamos una hora de tormentos. Aquí la parejita antes de que nos subiéramos al andarivel.



















Esta es la vista desde la telesilla. No se ve un alma y a decir verdad, da un poquito de julepe: colgando en el vacío, agarrándose del fierro de la silla y enfrentándose al volcán: ¿y esa cosa vamos a subir nosotros? Ay Señor…


















Pedrito recién bajado del andarivel. Aquí son las 8:45 am y estamos ya a 1.800 metros de altura. Nótese que de fondo se ven las nubes, por debajo de nosotros. El volcán tiene 2.840 metros, o sea que aún nos esperan otros mil que subiremos a pie.


















Así se ve el mundo desde el sector denominado la Capilla (mire el mapa de arriba) cuando hemos subido apenas 100 metros desde que nos bajamos del andarivel y yo ya voy arrastrando los pies. Pero la vista es magnífica, pese a que aún nos faltan 300 metros para nuestra primera parada.


















Llevamos ya una hora de camino y hemos alcanzado los 400 metros, nuestra primera parada oficial. Aquí nos detenemos a tomar agua y devorar parte de nuestro cocaví, aunque yo sólo me comí el chocolate. Aunque parezca increíble, como a los 5 minutos de habernos instalado aquí para comer y descansar, nos alcanzaron los franceses que prefirieron hacer todo el camino a pie. Según el guía que iba con ellos, los tipos tenían un ritmo envidiable. Llegaron frescos como lechuga, y miren mi foto: yo ya estaba raja. Atrás mío, la española tomando fotos.


















Hemos retomado la marcha y los franceses se fueron adelante con Pablo, el asistente de guía. Nosotros seguimos con Gustavo, el guía oficial, quien ha dicho que nos detendremos en la Colada (mire el mapa de arriba), allá donde termina la nieve y podremos comer y tomar agua de nuevo.


















Sin embargo, esta humilde servidora se cansó a más no poder. Me transpiraba todo, me pesaba todo y caminaba con la lengua afuera. Gustavo se apiadó de mí y dijo que como íbamos bien en la hora, podríamos hacer una parada justo en la mitad, para que yo tomara fuerzas y pudiera seguir rumbo a la Colada en condiciones aceptables. Mientras estábamos sentados en la nieve, tomamos esta foto de la expedición que venía detrás de nosotros.


















De ahí en adelante, para mí todo fue cuesta arriba (literalmente). La montaña se puso empinadísima, y había que caminar pisando justo en la huella que dejaba el guía, so peligro de mandarse cerro abajo. Llegué apenas a la Colada, y Gustavo dijo que dejara mi mochila allí y siguiera subiendo al cráter sólo con el piolet (tan cagada estaría, imagínense lo que lesié para tirarme de la muralla de la vecina, esto fue para mí casi una prueba de vida…) En la Colada se termina la nieve y de ahí es pura roca, pero vale la pena: 20 minutos después, estábamos Pedro y yo en la cima, junto al cráter, exhaustos pero felices de haberlo logrado. Son las 12:30, medio día en el volcán.


















Después de reponerse con el agua y la comida, vino la sesión de fotos. Aquí el grupo completo: Gustavo (el guía), Magda, Pedro, Gema (la española), Pablo (el asistente de guía) y los tres franceses.


















Pedrito feliz. A él también le costó, claro que no tanto como a mí.


















Una vez que nos repusimos del cansancio, empezamos a recorrer el cráter. Aquí estoy yo caminando por el borde: si me caigo hacia la izquierda, me voy cerro abajo, si me caigo hacia la derecha, me caigo dentro del cráter. Mejor no me caigo.

















Hemos llegado al punto que está frente al lugar por donde llegamos. La gente que se ve chiquitita son los miembros de las otras expediciones (ya he dicho que muchas agencias ofrecen el servicio) y nos acercamos a mirar de cerca el cráter.


















Uhhhhhhhhh, el cráter mismo emanando gases mortíferos, venenosos… ese es el “humo” que se observa desde Pucón. Lamentablemente no vimos lava, porque en ese momento no había tanta actividad.


















Magda al ladito del crateroso cráter volcánico del volcán.


















Aquí mi morenito y yo. Cansados, sudorosos, pero más felices que las perdices. A mí me costó más que la mierda, sobre todo los últimos 20 minutos, que eran pura roca, pero ¿y? aquí estamos, con el cielo detrás.


















Magda conquistando la cima.





















Pedro por sobre las nubes.


















Si hay algo que a Pedro lo inquietó durante todo el viaje, no fueron las penurias de subir caminando en la nieve, ni el peso de la mochila, ni siquiera lo empinado de la montaña. Lo que preocupaba mi novio era la bajada. Es así como habrá dicho unas cinco veces “¿cómo vamos a bajar esta weá?” (sic). Bueno, la bajada es la siguiente: se pone uno la ropa de nieve y se lanza de poto por estos caminitos, especie de toboganes naturales que, debido a que todos los días sube tanta gente, están ya demarcados en la nieve.























Aquí voy yo bajando de poto por un tobogán. Al lado mío está Pablo, custodiando mi bajada. En honor a la verdad, he de decir que aunque la bajada es mucho más simple que la subida, y aunque tiene algunos puntos donde se agarra tal velocidad, que Fantasilandia es un moco al lado del volcán, igual me costó la cuestión. Tanto porque más de alguna vez me caí al suelo, como porque otras veces no era capaz de darme impulso y me quedaba como varada en la nieve sin poder bajar. Me pesaba el poto parece…


















Esta foto la tomó Pedro mientras se preparaba para bajar. Fíjense lo empinado de la montaña, el tipo que está abajo parece estar colgando, y es que la pendiente es tal, que la mejor manera de bajar seguros es nunca soltar el piolet y seguir por los senderos ya demarcados. Pero a mí igual me pasó una talla: en una de esas venía bajando y se me cayó el piolet, no podía frenar y me acercaba peligrosamente a un montón de rocas y después, al vacío. Pablo, que venía esquiando al lado mío (por lo visto, detectaron que yo era el cuello de botella y decidieron no dejarme sola), se interpuso entre las rocas y yo y logró detenerme para luego penquiarme por soltar la picotita… te juro que no fue intencional!!


















Cuando se acaba la nieve, hay que seguir a pie por la ruta arenosa que los franceses hicieron a pata en la subida. Acá no se toma telesilla, porque la bajada siempre es más fácil. Aquí Pedrito ya casi llegando a donde nos espera la van.






























Magda al final del trayecto. Toy raja, cansadísima, feliz de haberlo logrado pero segura de no hacerlo nunca más, porque con una vez basta y sobra. Pero pucha que valió la pena, la mayor aventura de mi vida, sin lugar a dudas.




















La recompensa. El team chileno-europeo disfrutando una rica chela en el restaurante de OCHO CHILE, gentileza de la agencia. ¡Salud!











PD: no podía dejar de lado el típico bonus track...un videíto de cuando estamos recién llegados a la cima, donde tengo una voz de moribunda...Adiós!